¿Quién vive? América hermanos

 

Por el Afqar

Desde siempre ha existido la tendencia oficial ha deshumanizar a los héroes nacionales, no sólo de presentarlos como héroes sin tacha, también de alejarlos del pueblo llano, de hacerlos estatuas de bronce en pedestales inalcanzables. Sólo hay que ver lo que hicieron para la exposición conmemorativa del bicentenario que estuvo en Palacio Nacional. Nuestros héroes patrios quedaron reducidos a huesos en cajas de cristal, a abanicos y bacinicas. ¿Dónde estaban sus ideas, sus textos, sus cartas?
Ese es el tipo de conmemoración que hace un gobierno al que no le interesa revelar el verdadero carácter de de sus héroes, de sus luchas.
¿Qué clase de revisión histórica generó la conmemoración del bicentenario de la independencia? Best Sellers de Martín Moreno, telenovelas de telerisa y documentales de Clío narrados por Diego Luna y Gael García. Se repartieron banderitas y silbatos (libros de “historia” bastante piñatas) ¿Porqué no imprimir en una linda edición las cartas de Hidalgo? ¿Porqué no repartir de puerta en puerta “Los sentimientos de la nación”?
Pero desde lo particular también pecamos de respetar las figuras relevantes de nuestra historia, si no me creen vean las monografías, parece que les inyectaron botox y no pueden hacer gestos. ¿Qué transmite el famoso “gesto sereno”? ¿Por qué no pintar a nuestros héroes que derramaron su sangre en el fragor de la batalla, haciendo gestos de exaltación, arengando a los mexicanos para obtener su libertad?

La verdad es que uno de mis personajes favoritos de esta época es José María Morelos y Pavón, por sus ideas, por la coherencia entre sus dichos y sus hechos, por su origen mestizo, por que lo excomulgaron y porque murió defendiendo su ideal.

El origen del nombre de esta entrada del blog está en el “quién vive” del ejercito de Morelos, la contraseña de los miembros de este cuerpo militar para no destriparse entre ellos en la noche, cuando alguién preguntaba “¿Quién vive?”, el otro debía contestar “América hermanos”.

Hay muchos que han hablado con mucha más elocuencia de este luchador, entre ellos está Ezequiel A. Chávez, un personaje prominente del México del siglo XIX, que incluso fue rector de la Universidad, he aquí un fragmento de un texto suyo:

“Una noche, el gran luchador se acercó con sus guerreros a la brava costa de la mar del Sur: el intrincamiento inconmensurable de las grandes selvas del estado de Guerrero, velaba las aguas: una tempestad hacía sentir su aliento enorme a través de los árboles; el viento producía inextinguibles, intermitentes y salvajes clamores; sobre las cabezas de los valientes el crespo mar de las hojas se estremecía con sacudimientos que parecían causados por un terror sobrehumano; se diría que las palmas inmensas, cuyos penachos tocaban el cielo, y las grandes lianas, tendidas de árbol en árbol, y hasta las hierbas experimentaban un espanto infinito; a ratos, la luz sulfurosa de los relámpagos ponía gotas de claridad entre los árboles y de súbito, ronco y profundo, como un quejido o como un grito de cólera sobrenatural, retumbaba el trueno.
Los valientes se detenían apoyados contra los árboles, los más osados marchaban hacia lo desconocido y lo inmenso, hacia el mar lleno de rabias y de terrores sin número; pero al frente de todos iba Morelos; su cabeza tranquila lucía ceñida por su pañuelo blanco, cuyas puntas flotaban, y en medio de la conmoción gigantesca que precede a las grandes tempestades, él iba en silencio, altivo solemne, como si fuera el supremos vidente de lo sublime.
De pronto, ante él se acabaron los árboles y se mostró el mar; la costa allí terminaba, a pico, insondable, un pedestal sobre el abismo: el formidable culebreo y el convulsivo amontonamiento de las aguas se desenrrolló(sic) entonces con toda su fuerza sobre el océano indefinido: el viento, este titán invisibles y obscuro, corría sobre la soledad hirsuta; las nubes, apenas entrevistas, formaban una marejada negra sobre las aguas, la lluvia se desató copiosa en raudales, en torrentes; el bosque centenario cantaba detrás su grande himno; la mar desenvolvía sus mil ruidos, que son estertores, y sollozos, y truenos; el cielo se alumbraba  de repente con fulgores lívidos que vertían la claridad sobre el horror, un instante, las tinieblas aullantes del agua, del viento y de la nube, eran sacadas de la sombra a la luz del rayo; pero en seguida, de súbito, retrocedían a lo negro, y entonces vivían en lo obscuro, gigantescamente, las formas prodigiosas de la borrasca, palpitantes e infinitas; pudiera afirmarse que en el cielo, cubriendo todo con sus alas negras, salpicadas de reflejos lívidos, estaba el pájaro infinito de la tormenta; y no obstante, sereno, dichoso en medio del terrible desencadenamiento, teniendo a sus espaldas a sus guerreros, hundidos en la selva, y sintiendo quebrados por los rayos los palmares centenarios, Morelos, cruzando los brazos sobre el pecho, erguido e indomable, veía, guardando en su alma la sonata infinita de los elementos, la tempestad, y su pañuelo blanco, como si estuviera vivo sobre sus sienes, agitaba sus puntas flotantes.
En frente del estertor de las olas y de los cielos, Morelos cría ver a la América toda, hundida en la sombra como la mar, lejos del cielo como la mar misma, y no obstante, toda ella sacudida por el deseo insaciable de abismarse en la claridad y de conocer el progreso, irguiéndose titánica y soberbia contra los tiranos, como el mar contra los vientos, y poblando el espacio con sus gritos de agonía y de gloria.
Bajo el acantilado, mientras las olas se estrellaban, levantando, como enormes flores blancas sostenidas por intermitentes pájaros del mar, las cenicientas gaviotas, se hundían entre las ráfagas lanzando ásperos gritos, por instantes el agua se iluminaba con fosforescencias extrañas, como si su cólera se hiciera luz; se tornaba de súbito en blanca, y entonces la borrasca parecía una batalla nunca soñada, que libraran millones de gigantescos gladiadores lívidos.
Morelos, ante el mar, era semejante al dios de las borrascas: aquella peña volada sobre el abismo y colocada bajo el otro abismo, el del cielo, era un pedestal digno de él; parecía, sin saberlo, regir la suerte confusa de los ejércitos de las olas, parecía mandarlas; la noche entera estuvo de pie electrizado él mismo ante las fulguraciones blancas de los relámpagos.”

Este texto fue publicado por el instituto de Cultura de la Ciudad de México, en una recopilación hecha por Ignacio Taibo II, la cual lleva por nombre “Morelos, el machete de la nación” La edición de los textos es malísima y el diseño un tanto peor, hasta la impresión es mala, pero los textos valen mucho la pena, entre los autores están Vicente Riva Palacio, Eduardo A. Zárate, Guillermo Prieto y el mencionado Ezequiel A. Chávez. Ojalá pronto pueda subir todos los textos y referirlos a donde aparecieron originalmente publicados.

En fin, quede la imagen de está entrada como un pequeño manifiesto gráfico de nuestra “revisión” histórica del carácter de Morelos.